Para lograr un alto nivel de vigilancia, los científicos estudian las especies de murciélagos en su hábitat silvestre natural. Es decir, que llevan a cabo trabajo de campo, tanto en sentido literal como figurado.
“No es fácil. Para diagnosticar e identificar un virus se necesita una muestra de gran calidad que haya sido recogida y enviada de forma adecuada”, dice el Sr. Unger, que explica que, para capturar un murciélago, hace falta un grupo de al menos seis personas que se adentre en la selva durante el día, instale postes y redes para tender trampas y espere hasta el anochecer para que aparezcan los primeros murciélagos.
La idea es perturbar el ecosistema lo menos posible. Dado que los murciélagos son mamíferos nocturnos, los cazadores de virus trabajan de noche, respetando el ritmo de los animales.
“Los murciélagos salen por la noche, así que es entonces cuando podemos atraparlos. Los capturamos y luego los devolvemos a la selva”, explica Temidayo Adeyanju, un investigador nigeriano de la fauna silvestre que impartió cursos de capacitación promovidos por la División Mixta FAO/OIEA, en los que los participantes adquirieron conocimientos sobre los diferentes métodos de captura de murciélagos en función del tipo de hábitat y de la especie de murciélago.
Una vez los veterinarios, los guardabosques y los especialistas en fauna silvestre han atrapado a los murciélagos, regresan al laboratorio, donde identifican y miden a los animales y toman muestras fecales, orales y de sangre para analizar cualquiera de los centenares de virus que los murciélagos pueden transmitir a animales y seres humanos, incluido el virus del Ébola. Para ello utilizan técnicas de base nuclear y equipo donado a través del programa de cooperación técnica del OIEA.
“En Togo, no nos atrevíamos ni siquiera a tocar a los murciélagos para tomar muestras porque no sabíamos cómo hacerlo. Ahora que sabemos, deberíamos aprovecharlo. No podemos bajar la guardia”, advierte Komlan Adjabli, científico especializado en animales de la Dirección de Ganadería de Togo que en 2018 participó en el segundo de una serie de cursos de capacitación promovidos por la División Mixta FAO/OIEA.
A pesar del estigma asociado a los murciélagos, su importancia para el ecosistema es clave, dice el Sr. Adeyanju. “Son criaturas extrañas. Salen por la noche, se alimentan de insectos o de fruta y la gente les tiene miedo. Pero eliminar a los murciélagos tiene consecuencias para todas las demás especies. Son una pieza clave.”
Si bien los murciélagos desempeñan un papel fundamental en los ecosistemas, al mismo tiempo siguen siendo una amenaza para las personas; cada año se descubren en estos animales alrededor de diez nuevos virus. Entre ellos está el virus del Ébola, que puede transmitirse por contacto estrecho con los órganos o la sangre, las secreciones u otros fluidos de un murciélago infectado.
“La gente tiene miedo al ébola”, comenta Hawa Walker, especialista en conservación de Liberia, país vecino de Sierra Leona que también sufrió la epidemia en 2014. “Están obsesionados con lavarse las manos y limpiar las casas pero, en muchos hogares, se sigue comiendo carne de murciélago. Es una fuente de vida para quienes no tienen otra opción.”
Los cursos de capacitación organizados con apoyo de la División Mixta FAO/OIEA se enmarcan en las iniciativas encaminadas a ayudar a los científicos veterinarios y a los especializados en fauna silvestre de África a aunar esfuerzos y, mediante una vigilancia activa de las enfermedades, anticipar o incluso evitar los brotes en la región.
“Necesitamos un enfoque de salud holístico”, afirma Michel Warnau, gestor de proyectos en el OIEA a cargo de la supervisión de estos cursos. “Uno de los problemas durante el brote de ébola de 2014 y 2015 en África Occidental fue la falta de preparación. Queremos que estos cursos sirvan para crear las capacidades que permitan estudiar y diagnosticar enfermedades zoonóticas en el ganado y en la fauna silvestre antes de que aparezca un brote, a fin de anticipar mejor los riesgos para las poblaciones humanas.”