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Cinco años después: las ciencias nucleares permiten a un joven químico filipino estudiar los efectos a largo plazo del tifón Haiyan

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Tacloban, Filipinas — Cuando el químico ambiental Wilfren Clutario se propuso determinar el grado de contaminación provocado por el tifón más intenso del mundo, que se cobró más de 6000 vidas y asoló las dos terceras partes de Tacloban en 2013, se encontró con un problema: no había datos de referencia.

“Podíamos medir la concentración de nitratos y materia orgánica en el mar, pero desconocíamos qué proporción era natural y qué proporción era consecuencia de la contaminación causada por el tifón”, señala el Sr. Clutario. Por entonces, era investigador de la Universidad Estatal de las Bisayas Orientales y empleaba técnicas convencionales para medir la concentración de diferentes compuestos en los lugares de muestreo. A causa de los vientos racheados del tifón Haiyan, que embistió contra la ciudad hace cinco años, el 7 de noviembre de 2013, se arrastraron al océano detritos terrestres que contenían materiales orgánicos, contaminantes y cadáveres de seres humanos y animales.

Los investigadores y los responsables de formular políticas se preguntaban si el océano podría soportar el volumen de contaminantes llegados al océano mientras azotaba el tifón, que podrían haber transformado el lugar en una zona muerta durante decenios. Tenían que determinar qué era contaminación y qué era natural para saber si era necesario adoptar medidas que ayudasen al océano a “digerir” los detritos y, de ese modo, recuperar su estado natural de equilibrio, explica el Sr. Clutario.

Cuando este planteó el problema de su investigación en una conferencia celebrada en 2015, Raymond Sucgang, investigador superior del Instituto Filipino de Investigaciones Nucleares (PNRI) con conocimientos especializados sobre el uso de las técnicas isotópicas para caracterizar contaminantes del agua, se revolvió en su silla, ansioso por ofrecer una solución al dilema del Sr. Clutario. Ambos colaboran estrechamente desde entonces. “El nuestro es como un matrimonio profesional providencial”, asegura el Sr. Sucgang.

El Sr. Clutario no solo ha aprendido a emplear las técnicas isotópicas para caracterizar la fuente del nitrógeno y la materia orgánica y su desplazamiento hasta el océano, con la ayuda del PNRI y el OIEA y en cooperación con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura; además, ha incorporado el uso de esas técnicas al plan de estudios de la Escuela de Secundaria de Ciencias de Filipinas—Campus de las Bisayas Orientales, donde enseña. Desde entonces ha supervisado numerosos proyectos de investigación a cargo de alumnos de los últimos cursos de secundaria sobre el uso de esas técnicas para caracterizar la contaminación presente en las masas de agua dulce de la zona.

“No tenemos oficina en Tacloban, pero tenemos a Wilfren”, apunta el Sr. Sucgang. Ciertamente, un soleado día del pasado agosto, una de las aulas de la escuela mencionada se llenó de investigadores de la ciudad y la provincia que participaron en un taller del PNRI de una jornada de duración sobre el uso de las técnicas nucleares e isotópicas en una amplia gama de esferas.

“Es tanto lo que se puede conseguir con las técnicas nucleares, y sin embargo la mayoría de las personas lo desconocen, incluso en la comunidad científica”, afirma el Sr. Clutario, que había participado anteriormente en cursos de capacitación coordinados por el OIEA en Australia y Malasia para profundizar sus propios conocimientos sobre el tema. “Cuando la gente, incluso los investigadores, oye el término “nuclear”, piensa únicamente en la energía nucleoeléctrica, pero el término abarca mucho más”.

Difundir el uso de las aplicaciones nucleares en la comunidad científica es un aspecto fundamental de la misión del PNRI, que depende para ello de la asistencia de investigadores como el Sr. Clutario, indica su Director, Carlo A. Arcilla. “Estamos realizando talleres por todo el país para informar a los científicos”.

Proteger la cadena alimentaria

La investigación realizada por el Sr. Clutario ha puesto de manifiesto que las concentraciones relativamente elevadas de nitrógeno halladas en zonas comerciales y costeras eran naturales, mientras que las concentraciones relativamente más bajas registradas en zonas protegidas y pesquerías comerciales aledañas se podían vincular a biomasa de origen terrestre, por ejemplo, cadáveres.

“El nitrógeno es el trazador que nos muestra dónde fue a parar la contaminación”, explica el Sr. Clutario.

En la etapa siguiente se habrán de estudiar los peces y sedimentos para determinar qué cantidad de esos contaminantes se introdujo en la cadena alimentaria. También es importante comprobar la concentración de metales pesados en el pescado, dado que como parte de los detritos podrían haberse introducido sustancias tóxicas en el mar.

El Sr. Clutario sigue tomando muestras que se analizan en las dependencias del PNRI próximas a Manila utilizando un espectrómetro de masas de relaciones isotópicas donado por el OIEA mediante su programa de cooperación técnica. Los análisis determinarán si las concentraciones disminuyen y si ese proceso tiene lugar de manera natural. “Queda mucho más por hacer para comprender mejor el océano”, afirma.

Los catastróficos acontecimientos de hace cinco años marcaron al Sr. Clutario de por vida y, aunque la historia no se puede cambiar, asegura sentirse satisfecho de poder ayudar en los trabajos de rehabilitación.

“Cuando observaba cómo el tifón y la marejada ciclónica destruían mi ciudad y mataban a muchos de mis conocidos, no sospechaba que pocos años después estaría empleando técnicas nucleares para ayudar a Tacloban a afrontar las consecuencias del tifón”.

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